Una especie de moco color marrón, casi terracota, se había unido a mi pantaleta de algodón. Mis ojos atónitos no dejaban de inspeccionar la pequeña secreción viscosa.
Mi Mami es pequeña, algunas veces me pregunto si llega al 1,60m. Su tez es morena, su cabello cenizo y corto, y su rostro descubre una mesura indígena y española; salvaje, bonita.
Recuerdo que de niña me daba pavor pisar las lápidas en los cementerios. Pensaba que el peso, ruido, quizás el temblor de mis pisadas podían despertar a los muertos
Con cara de no tener himen –al menos así lo creía ella–, salió del hotel revisando que su dinero condensado a plástico todavía estuviera en su cartera, porque sino vaya papelón, noticia la que iba a dar: «Me quitaron la virginidad, también la tarjeta de débito».