IRINA LÓPEZ
Una especie de moco color marrón, casi terracota, se había unido a mi pantaleta de algodón. Mis ojos atónitos no dejaban de inspeccionar la pequeña secreción viscosa.
Arañitas de nailon que fueron desprendiéndose dejando cicatrices a lo largo del vientre; un ombligo remendado, ¿ya cuántas veces?
Mi Mami es pequeña, algunas veces me pregunto si llega al 1,60m. Su tez es morena, su cabello cenizo y corto, y su rostro descubre una mesura indígena y española; salvaje, bonita.
Recuerdo que de niña me daba pavor pisar las lápidas en los cementerios. Pensaba que el peso, ruido, quizás el temblor de mis pisadas podían despertar a los muertos
Con cara de no tener himen –al menos así lo creía ella–, salió del hotel revisando que su dinero condensado a plástico todavía estuviera en su cartera, porque sino vaya papelón, noticia la que iba a dar: «Me quitaron la virginidad, también la tarjeta de débito».
Pete Walters, Luke caffe
IRINA LÓPEZ