Tomates enlatados en Mercadona
Tomates enlatados / Irina López

CUENTOS

Tomates enteros y pelados

    Frente a estantes casi vacíos Violeta sufre un presagio de despensa: «Tuvo que ser el juego del teléfono gastronómico». Las últimas generaciones de orientales mal escuchando y repitiendo ingredientes; acidificando el plato espejo de la Venezuela preindependentista.

     Cinco Navidades comiendo las hallacas sulfuradas de su esposo.

     Sin embargo allí está la lata, en una de las alacenas de su casa: «Tomates enteros y pelados. Fecha de vencimiento: enero-2017».

     Cuando una de esas pequeñeces, productoras de breves antipatías diarias, se gana el derecho a permanecer en esta tierra más tiempo que ella.

     Nunca se había realizado un ultrasonido pélvico. ¿Cuántos ginecólogos desde que se desarrolló a los doce años y ni uno juntó en una oración las palabras «ultrasonido», «pélvico»?. ¿Cómo iba a saber que necesitaba uno una vez al año cumplidos los veinte años? Pero llegó Bultito. Bultito, hechicero que transforma billones de células en un sepelio. Bultito al lado de la ingle. Bultito, qué dolor cuando hay que agacharse, doblarse, cuando le toca ovular. Bultito arrancado de cuajo con cuchillo, pinzas y láser, no sin antes robarse los ovarios, las trompas de Falopio, el derecho a ser joven.

     Arañitas de nailon que fueron desprendiéndose dejando cicatrices a lo largo del vientre; un ombligo remendado,  ¿ya cuántas veces? 

     Su cabellera de muñeca calva se oculta bajo turbantes que emulan a la gran Mary Jane Russell. Divina. Lástima que el dolor, la hinchazón y la piel engomada a los huesos delaten esa «Probabilidad de supervivencia: 30 %».

     Tantas ganas de andar…  Pero la devoraste, Bultito.

     Mientras, con el ímpetu abandonado en una lata, Violeta coloca los tomates nuevamente en la repisa, esta vez en un rincón. Los quiere allí, presentes pero discretos, como un recordatorio; uno a la altura de su derrota.